martes, 6 de octubre de 2015

SER CATÓLICO Y SER POLÍTICO A LA VEZ


En estos últimos meses en Ecuador, se ha desatado -a propósito del supuesto fallido intento de derrocar al presidente Correa-, un debate político encarnizado en que las posiciones opuestas se han enfrentado violentamente,  provocando por ello el rechazo de la población o lo que es peor, la indiferencia a todo lo que es política o a todo lo que la representa. En mi caso particular, intenté llevar a buen recaudo algún que otro debate, pero fue inútil, no tanto por la intransigencia de los oponentes sino por su falta de argumentos, lo que me llevó a abandonar voluntariamente dichos debates, con la decepcionante sensación de algo que ya me lo temía, que en Ecuador no existe la cultura de debate, tal es así que  incluso fui invitada a abandonar un grupo de migrantes españoles en Ecuador, por el sólo delito de sugerir que la causa de las migraciones mundiales las tienen desde siempre, las políticas de los gobiernos. Se tenía prohibido en dicho grupo, hablar de política y como si al hacerlo, fuera lo más abyecto que puede hacer un ser humano en la vida.

Por otro lado, también comenzaron a circular por las redes sociales mensajes que aseguraban que  por causa de la política, se pierden los amigos. Con respecto a este último enunciado, personalmente no estoy de acuerdo. Si se han perdido los supuestos amigos, es porque simplemente nunca lo fueron, ya que la amistad se basa intrínsecamente en el gesto de la generosidad y por ende, en saber tolerar las ideas del otro, porque en la diferencia de pensamiento está la riqueza al nutrirse la amistad de nuevas ideas o de conocimientos. Al menos así lo entiendo yo.

Hasta cierto punto he intentado comprender las posturas apasionadas de algunas personas, ya que en nuestra sociedad, como el resto de países latino americanos, se ha demonizado no solamente la política, sino todo lo colectivo, se ha fomentado el individualismo que es fruto del neoliberalismo que dominó durante décadas, con esa tendencia de ver al otro como enemigo y contradictoriamente llevando aquellos que gobernaron, la bandera del cristianismo utilizando las actividades religiosas para promocionarse o mostrando una actitud paternalista con los pobres seguramente para tranquilizar sus conciencias, usando el dinero de todos por ejemplo, para que las primeras damas regalasen a un discapacitado físico una silla de ruedas o una nevera, mientras el pobre agraciado y sus familias lloraban de la alegría y agradecían a estas personas y a Dios por este gesto fuera de lo común.

Aún hasta el día de hoy, los poderes fácticos se niegan a renunciar a sus privilegios con el que disfrutaron por cientos de años, llegado incluso a decir en un afán de atemorizar a la gente para que no lleguen a buen término las políticas de distribución de riqueza, que se quiere “democratizar la pobreza”, cuando lo que se pretende es todo lo contrario es decir, democratizar la riqueza. Ya lo sugiere Santo Tomás de Aquino del deber de compartir con los demás lo que se tiene. “Por ello, en esa convivencia, los bienes particulares deben subordinarse al bien común como a su fin, pues el ser de la parte se ordena al ser del todo; por lo cual el bien de un pueblo es superior al bien de un solo hombre”. No es necesario ser muy inteligente o filósofo para entenderlo. Para una normal convivencia en la sociedad es necesario compartir, porque como cristianos no podemos permitir que otro ser humano permanezca pobre porque no tiene las mínimas garantías y derechos para poder desarrollarse y crecer como persona y como profesional. El valor más grande que tiene un país, no es su oro, su arquitectura, sus riquezas materiales, sino su gente y a esa gente hay que darle las mismas o parecidas oportunidades de quien con dinero, lo tienen y así vivir en el mundo justo que tanto pregonó Jesucristo.

Todo este debate además, coincidió con la visita oportuna del papa Francisco, que dio lugar a las interesadas interpretaciones de sus mensajes, que de ningún modo pueden ser a favor del egoísmo, de adoración al consumo, de la esclavitud de muchos al interés y a la prosperidad de pocos, del fomento del odio, del llamado a la violencia. Por lo mismo, cuestiono en esta opinión si se puede ser católico y político a la vez, y la conclusión a la que llego es que sí es posible.

Pedro Casaldáliga dice , “la fe sin política, no es fe cristiana” y con esta frase intento justificar mi posición en la vida, nacida del convencimiento además, que en esta vida estamos para cumplir una misión y que como cristiana, no puedo llamarme así si permanezco indiferente ante las diferencias abismales entre ricos y pobres, ya que esta situación es simplemente contrario a los planes de Dios y al honor que se le debe, tal como lo reclamó también el papa Juan Pablo II en Oaxaca, 5. AAS, LXXI, p. 209)

Un cristiano no necesariamente tiene que vivir como la madre Teresa de Calcula o ser un religioso de vida activa o de vida contemplativa para luchar por los desfavorecidos del mundo. Como laicos, en nuestra vida sea esta pública o privada, se puede trabajar por la justicia social, promoviendo o siendo uno mismo testimonio de respeto, de tolerancia, buscando mecanismos para evitar la corrupción, siendo eficientes con lo que hacemos y no lucrarnos personalmente de los recursos que los ciudadanos aportan con mucho sacrificio a través de sus impuestos o de sus trabajos. Podemos ser ciudadanos participando también en los partidos políticos y preparándonos adecuadamente para ello, o a través de los movimientos sociales o de organismos de la sociedad civil. Cualquier lugar es bueno para ejercer el derecho de ser un actor político y un verdadero cristiano que contribuye con su participación a mejorar la sociedad en que vive.

Creo que como cristianos además, estamos en la obligación de apoyar a los gobiernos que fomentan mediante leyes que la justicia social llegue a todos por igual, en particular los derechos humanos. Por tal razón, no he dudado en apoyar que la educación sea reestructurada y fomentada para que sea de calidad, que la sanidad no se estanque con la burocracia y que los profesionales trabajen con ética y responsabilidad, que se creen políticas sociales que permitan la inserción de las personas con discapacidad, que las vías de comunicación sean de primera categoría porque para que con ello, se abaraten los costos de producción y el salario justo para los agricultores, que la libertad de expresión sea expresada libremente por los que no están de acuerdo con lo que hace el gobierno, mostrando de esta manera la tolerancia en que la sociedad se mirará para actuar de la misma manera. En fin, toda obra que sirva para mejorar la calidad de vida y más aún si llega a los que nunca tuvieron oportunidades.

Ser católico y ser político implica entonces una gran responsabilidad, que necesariamente deberá ser compartida por todos. Y eso se resume llevando a la práctica una sola y bella palabra: SOLIDARIDAD.

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