Leía una
entrevista de la revista EPS a la filósofa Agnes Heller quien comentaba que, “el
deber de los filósofos es escribir libros, dar charlas, servir al público”… y ante ello, me hice una pregunta: ¿para qué
nos sirve un intelectual?. Y más aún, en la sociedad ecuatoriana donde me da la
impresión que, al parecer, no se tiene claro este concepto ni para qué sirve.
Y lo digo,
porque es palpable su poca o nula influencia que ejercen en la sociedad puesto
que, por poner ejemplos prácticos, en el caso de la vivienda, me he preguntado
cual ha sido la influencia de los sendos análisis de expertos e intelectuales a
propósito de la conferencia mundial “Hábitat III” realizada en Quito en 2016,
que invitaban a la ciudadanía, profesionales y autoridades a concienciar de
nuevas formas de vivienda, las mismas que debían ser accesibles para todos, en
estrecha comunión con el medio ambiente, donde el espacio público sería el eje
que dirija la vida de los ciudadanos y sin embargo, se sigue promoviendo un
tipo de vivienda para un reducido grupo de personas de ingresos económicos que
no se conduelen con la realidad prevaleciendo por ello, urbanizaciones
amuralladas, edificios ostentosos sin contar con espacios verdes a su
alrededor, viviendas enormes con muebles imposibles, piscinas y jardines
privados, mientras una mayoría que tiene ingresos mínimos, vive en condiciones
nada o poco cómodas, en viviendas sin estética ni funcionalidad, entre bloques
de cemento, sin parques o lugares de ocio comunes y sin que se promueva un transporte
público digno, descubriéndose por ello, que nadie ha sido capaz hasta ahora, de
proponer un tipo de vivienda que vaya acorde con la realidad del ecuatoriano
medio.
Así mismo,
leía hace algunas semanas a un destacado médico que intentaba explicar lo que se
trataba la BIOETICA, en términos que, siendo yo profesional de la salud, me
tomó algunos minutos tratar de desmenuzar lo que intentaba decir, cuestionándome
entonces: ¿qué se puede esperar del común de los mortales que a duras penas
intenta comprender lo que dicen los titulares de los periódicos como para estar
leyendo y aplicando a su vida algo que difícilmente entiende?. ¿En dónde queda
entonces, la obligación del intelectual de trasmitir el conocimiento, de
esperar que el ciudadano conozca sus derechos, de que actúe, si todo lo escrito
parece estar hecho solo para que un grupo reducido de privilegiados lo
entienda?.
Porque
existen expertos de todo tipo y en el caso particular del derecho a la
información que hablan del periodismo ideal, que busca mecanismos para que la
población esté mejor informada, que sepa la verdad de los hechos, que se
promuevan programas de calidad o que se fomente la investigación periodística y
sin embargo, se constata en práctica que pasa todo lo contrario ya que, particularmente,
conocí de la existencia de un programa de entrevistas que resume la mediocridad
y el fracaso de los análisis y propuestas de los entendidos, al ser dicho
programa el simulador de un bar, donde al calor de unas copas se “debate” temas
importantes para el país, dando un pésimo ejemplo a la juventud porque
indudablemente se incita al consumo de alcohol y sin que se aporte en nada sus
diálogos a la mejora de los problemas del país ya que desfilan personajes de
dudosa relevancia que, presos luego de la borrachera, sueltan perlas dignas de
vergüenza ajena.
¿Es
entonces, un fracaso su influencia en la sociedad?. Intentando encontrar una
respuesta, me dediqué a observar detenidamente a conocidos intelectuales o a
autodenominados como tales en varios medios de comunicación sean estos públicos
o especializados y particularmente en las redes sociales que es donde se ha
hecho más fácil acceder a ellos y, efectivamente, he comprobado que son un
grupo tan cerrado que cuando alguna reflexión realizan, lo comparten solamente
para que sepamos lo eruditos que son y pese a que sus perfiles son públicos,
solamente se dirigen, se comentan, se etiquetan, se gustan, se promocionan, se
ensalzan, se informan o se felicitan entre ellos, omitiendo hacer lo mismo con
el restos de sus “amigos” virtuales que parece, no estamos a su mismo nivel de
conocimiento y por tanto, indignos de interactuar con ellos. Además, el desfile
de términos, frases, conceptos, análisis, títulos o nombres de personajes que
conocen es de una riqueza tal, que me pregunto: ¿por qué seguimos siendo un
país tan inculto, con poca información, poco propenso al debate, que lee menos
de un libro al año, con poca comprensión lectora, que consume televisión basura
y lo que es más triste, que nunca nos hemos destacado a nivel internacional, si
tenemos a gente con tas vastos conocimientos que se supone nos nutren de ellos
y nos invitan a profundizar sobre los mismos?.
En España los
observo también aunque, al contrario, dentro de las redes sociales parece más
bien que intentan mantener su privacidad y prudencia pues, me imagino será
talvez, porque la falta de humildad es castigada severamente en esta sociedad como
se pudo observar recientemente en el caso del escritor Javier Marías quien,
particularmente con su artículo sobre la poeta Gloria Fuertes, provocó un
aluvión de críticas por su intolerancia y egoísmo, que se vio obligado a
ofrecer una aclaración intentando demostrar que otros, lo hicieron peor y que
de falta de humildad de su parte, casi nada, para concluir pidiendo -cosa
curiosa-, más tolerancia ante la opinión ajena.
La
conclusión a la que llego es que, al igual que los poderosos grupos socio-políticos
y económicos que nos han dominado por siglos, los intelectuales ecuatorianos
también son un grupo privilegiado y cerrado dentro de un círculo que se resiste
a romper y por tanto, viven tal vez en un mundo irreal pese a encontrarnos ya, en
plena era de la revolución tecnológica, la misma que permite acceder a todo el
mundo a cualquier tipo de información y logrando que el saber, ya no esté en
manos de unos pocos.
Leía el
comentario de un conocido politólogo español que, estas situaciones, no se dan
en países grandes como EEUU por ejemplo, ya que existe más pluralismo y la
investigación tiene mayor peso y prestigio además que, la esfera pública es tan
enorme y hay tantos participantes que no dan paso a los figurones o referentes
que adquirirían luego un protagonismo exagerado y llevando por ello, a la
sociedad a pensar que el mundo se limita a lo que ellos pregonan e ignorando lo
que sucede más allá de las fronteras.
El papel de los intelectuales en la
sociedad entonces, debería ir más acorde a los tiempos actuales, siendo para
ello, más generosos en su interaccionar con la ciudadanía, promoviendo a través
de sus obras y de sus análisis, no solamente al conocimiento, sino a la
información y al cambio de las sociedades. Deberían ser, además, portavoces de
aquellos que no pueden expresarse, siendo no solamente críticos, sino también
auto críticos y generadores de crítica, denunciando lo que está mal y
proponiendo alternativas.
En el aporte
que den a la sociedad su apertura, sus conocimientos y su accionar, estaría la
razón de ser del intelectual.
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