Estamos en día 19 del confinamiento y luego de haber puesto
en orden muchas cosas en la casa, parece que queda más tiempo para la
reflexión.
Los noticieros copan las noticias sobre el COVID-19 y por lo
mismo, es inevitable no reflexionar sobre sus causas y consecuencias. Con
Félix, por ejemplo, analizamos del por qué en España e Italia tenemos tantas
muertes de personas y del por qué la mayoría son ancianos. Y la respuesta creemos
que está en ello mismo, puesto que ambos países tienen una alta población de ancianos
que, en España por ejemplo, se constituye el 8% de la población lo que se
traduce en algo cercano a los 10 millones de personas, además que por la
estructura arquitectónica de sus ciudades donde, al menos en Italia, predominan
las edificaciones verticales con calles estrechas y espacios públicos densos lo
que favorecería la supervivencia del virus en el ambiente, provocando el
contagio predominante de este colectivo que, de por sí es uno de los más
vulnerables.
Por otro lado, analistas, editorialistas y personas de bien
pronostican que, por las circunstancias de esta pandemia, luego de ella, seguro
que saldremos mejores personas, algo que no estoy tan de acuerdo que digamos ya
que, por experiencias anteriores de catástrofes naturales como tsunamis o
terremotos o financieras como la de hace diez años, lo que se ha visto más bien,
es todo lo contrario. Gente que olvida fácilmente y que vive como si la vida
nunca se fuera a acabar y que, por lo mismo, persisten los egoísmos,
consumismos e irresponsabilidades con el medio ambiente, por ejemplo.
Espero sinceramente, no equivocarme en mi apreciación.
También he reflexionado sobre las diferencias entre las
sociedades en cuanto a llevar la pandemia y es inevitable para mí, no hacerlo ya que me encuentro en medio de dos países que amo. Mientras en España la gente
se queja que los vestidores del hospital temporal del IFEMA que fue construido
en dos días por los militares, no son los suficientemente amplios, en Ecuador,
en cambio, las redes sociales dan cuenta del retiro de decenas de cadáveres en
las esquinas de las calles de Guayaquil, la ciudad más poblada del país, como
consecuencia de la falta de previsión y por la ineficiencia de las autoridades
que se han visto desbordadas por las circunstancias.
Y a propósito de Guayaquil, me duele Guayaquil.
Recordaba cuando en el 2007 la visité, me llamó mucho la
atención más que el nuevo Malecón, su gente. Gente limpia, con la mirada triste,
amable y pese a que algunos vivían en muchas de las casas del sector más
turístico de Las Peñas y al no tener trabajo, no salían de ellas para no dar una
mala imagen. Hacía falta una tienda que venda agua para el calor, pero ahí
estaban, solo viendo pasar a la gente y eso me dejó pensando. Parecía que se
gente se había quedado anestesiada.
Y la causa puede estar en que Guayaquil es, como muchas ciudades
importantes de Latinoamérica, como lo son en Perú, Bolivia, Venezuela, México o
Brasil tiene un sector de su población vive su propio paraíso y que, a la vez, se
siente dueña absoluta de la ciudad a tal punto que, en algunos casos, hasta han
exigido su independencia.
Al ser una ciudad porteña Guayaquil, desde su fundación acogió
a miles de ciudadanos llegados de otros países particularmente de Panamá, China,
Perú, Venezuela, Líbano o Barcelona y como la mayoría de inmigrantes económicos
que llegaron con una mano adelante y otra atrás a emprender, crearon empresas y
negocios que no existían en la joven república del Ecuador, convirtiéndola en
el motor económico del país. Gracias a ello, estos inmigrantes junto con otros
venidos de dentro del Ecuador, se hicieron poco a poco con el poder económico y
social, a la par que construían barrios exclusivos y relegando al mismo tiempo
a los nativos quienes, por el contrario, se sumían en una espiral de pobreza e
ignorancia, acrecentando los cinturones de miseria de la ciudad cuyos máximos
exponentes son los famosos “guasmos” que no son sino casitas de caña
construidas sobre los esteros sin canalización ni luz ni agua.
Como decía, algunos descendientes de estos inmigrantes se hicieron mayormente
con el poder político desde donde crearon condiciones especiales para mantener
o acrecentar sus fortunas, convirtiendo para ello en su botín particular las
instituciones públicas de la ciudad y llegando a su clímax con los tristemente célebres hermanos Bucaram en la alcaldía, quienes convirtieron a
la ciudad en caótica, desorganizada, sin Dios y sin ley. Tuvo que
llegar un expresidente residente en la misma ciudad para reorganizarla y
devolverle la dignidad que alguna vez perdió la ciudad.
En efecto, León Febres Cordero y su delfín, Jaime Nebot gobiernan
desde entonces en la ciudad y la provincia y, lamentablemente, a la par que la reorganizaban
y la embellecían copiando la estética miamense, se afianzó como arma de
oposición durante el gobierno de Correa el conocido como “Modelo exitoso de
desarrollo”, mientras descuidaban precisamente aspectos importantes del
desarrollo, como son la salud pública, el empleo, la vivienda digna, el acceso a
la educación, a la cultura para todos los estratos sociales, etc. y razón por
la cual, observamos con impotencia sus consecuencias que han desnudando a una
ciudad carente de liderazgo y sin los servicios esenciales.
Resultado de toda esta historia: gente que no acata el
confinamiento porque sus viviendas carecen de lo mínimo de habitabilidad, gente
que sale a vender en las calles porque tienen que llevar el sustento diario a
sus hogares, un servicio de salud que no se da abasto y que está desorganizado
y, lo más triste, decenas de cadáveres por las calles como consecuencia del CORVID-19
y quizás, hasta por la delincuencia común.
Entonces, el famoso “Modelo exitoso de desarrollo” no era
tal.
Esperemos que la gente abra los ojos por fin y se de cuenta
que las campañas de márquetin no significan obras palpables que redundarán en su beneficio.
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