miércoles, 27 de septiembre de 2023

EL INADVERTIDO ENCANTO DE LA SOBREMESA

 



"Nada es como es, sino como se lo recuerda" Ramón María del Valle-Inclán

Con los años, he caído en cuenta que en la sobremesa, se disfruta tanto o más que servirse la comida en sí misma.

Y eso que ya lo disfrutaba cuando, de muy joven, hacíamos la sobremesa con mis primos en casa de mi tía Lillya, haciendo que las risas y las bromas ocuparan todo el tiempo que hacía falta, al no tener responsabilidades ni compromisos inmediatos que cumplir,  luego de las fiestas o vacaciones.

También las sobremesas ocupaban un espacio muy importante en casa, debido a que a mi padre se le daba por contar anécdotas graciosas o curiosas de su intensa y larga vida periodística, provocando que, junto con la comida, sean la mejor combinación para aflorar, además de las risas, el conocimiento y, a veces, hasta el debate, provocando que las horas transcurran casi sin sentirlo.

Pero no fue hasta que llegué a Europa cuando, en Italia y languideciendo ya el caluroso verano, las sobremesas al aire libre se convertían en el momento estrella de las invitaciones que disfrutábamos, gracias al aprecio que le tenían a mi tío Saúl en dicho país y descubriendo, entonces, el inadvertido -al menos para mí- encanto de la sobremesa italiana.

Y todo porque, al ser su comida, un verdadero ritual, ya que empezaba con la imprescindible pasta, servida de mil maneras (con queso, con carne molida, con pasta de tomate, con mariscos o con champiñones) coronándose, finalmente, con un postre (generalmente pastelillos traídos de la panadería) e inaugurando, de esta manera, la sobremesa propiamente dicha, mientras servían el obligado café -solo o expreso- eso sí, bien cargado, para luego, entre chiste y chiste sobre los carabinieri, servirnos un bajativo o chupito de cualquier variedad y, como si eso no hubiese sido suficiente, finalizar con el consabido caramelito de menta, provocándonos tal hartazgo que solo se compensaba con la novedad que nos provocaba dicho acontecimiento.

Será por ello que me encanta un famoso asador argentino en el centro de Madrid que ofrece, así mismo, un ritual que hace que dos o tres horas, pasen casi sin sentirlo, con tantos detalles que ofrecen al cliente.

Y ya viviendo en España, la cosa es más o menos parecida, pero que tiene su máximo esplendor durante el verano ya que este es sinónimo, no solamente de mar y playa, de fiestas y la canción del verano, sino también de cenas al aire libre, generalmente con asados y lógicamente, con sus sobremesas, que se disfrutan intensamente, como si la vida se fuera a acabar a la mañana siguiente.

No es raro entonces que, pasados los meses estivales y, por ende, la felicidad, la depresión hace mella en un buen porcentaje de españoles, traduciéndose en problemas familiares, de trabajo o de pareja.

Además, en los pueblos rurales, que son más frescos durante el verano, se esmeran en construir, junto a las casas, las terrazas o los llamados “Porches”, para colocar las mesas de comedor, generalmente rodeados de abundante vegetación para refrescar el ambiente y los que tienen más recursos económicos, hacer construir una piscina, representando la escena y el ambiente ideal para disfrutar de las opíparas comidas. Y no faltan en ellas, tampoco, mesas kilométricas a las que van aumentando cada año de longitud, para abarcar a toda la familia que crece y a amigos e invitados, de tal manera que nadie se quede fuera de disfrutar tan agradable momento.

Preciosas costumbres que, de alguna manera compartimos y que fomentan la amistad, la familiaridad, el conocimiento y el disfrute de momentos únicos que no deberían jamás perderse.

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