"Nada es como es, sino como se lo recuerda" Ramón María del Valle-Inclán
Con los años, he caído en cuenta que en la sobremesa, se
disfruta tanto o más que servirse la comida en sí misma.
Y eso que ya lo disfrutaba cuando, de muy joven, hacíamos la
sobremesa con mis primos en casa de mi tía Lillya, haciendo que las risas y las
bromas ocuparan todo el tiempo que hacía falta, al no tener responsabilidades
ni compromisos inmediatos que cumplir, luego de las fiestas o
vacaciones.
También las sobremesas ocupaban un espacio muy importante en
casa, debido a que a mi padre se le daba por contar anécdotas graciosas o
curiosas de su intensa y larga vida periodística, provocando que, junto con la comida, sean la mejor combinación para aflorar, además de las risas, el
conocimiento y, a veces, hasta el debate, provocando que las horas transcurran
casi sin sentirlo.
Pero no fue hasta que llegué a Europa cuando, en Italia y languideciendo
ya el caluroso verano, las sobremesas al aire libre se convertían en el momento
estrella de las invitaciones que disfrutábamos, gracias al aprecio que le
tenían a mi tío Saúl en dicho país y descubriendo, entonces, el inadvertido -al
menos para mí- encanto de la sobremesa italiana.
Y todo porque, al ser su comida, un verdadero ritual, ya que
empezaba con la imprescindible pasta, servida de mil maneras (con queso, con carne molida, con
pasta de tomate, con mariscos o con champiñones) coronándose, finalmente, con un
postre (generalmente pastelillos traídos de la panadería) e inaugurando, de
esta manera, la sobremesa propiamente dicha, mientras servían el obligado café
-solo o expreso- eso sí, bien cargado, para luego, entre chiste y chiste sobre
los carabinieri, servirnos un bajativo o chupito de cualquier variedad y, como
si eso no hubiese sido suficiente, finalizar con el consabido caramelito de
menta, provocándonos tal hartazgo que solo se compensaba con la novedad que nos
provocaba dicho acontecimiento.
Será por ello que me encanta un famoso asador argentino en el
centro de Madrid que ofrece, así mismo, un ritual que hace que dos o tres horas,
pasen casi sin sentirlo, con tantos detalles que ofrecen al cliente.
Y ya viviendo en España, la cosa es más o menos parecida,
pero que tiene su máximo esplendor durante el verano ya que este es sinónimo, no
solamente de mar y playa, de fiestas y la canción del verano, sino también de cenas
al aire libre, generalmente con asados y lógicamente, con sus sobremesas, que
se disfrutan intensamente, como si la vida se fuera a acabar a la mañana
siguiente.
No es raro entonces que, pasados los meses estivales y, por ende, la felicidad, la
depresión hace mella en un buen porcentaje de españoles, traduciéndose en
problemas familiares, de trabajo o de pareja.
Además, en los pueblos rurales, que son más frescos durante el verano, se esmeran en construir, junto a las casas, las terrazas o los llamados
“Porches”, para colocar las mesas de comedor, generalmente rodeados de
abundante vegetación para refrescar el ambiente y los que tienen más recursos
económicos, hacer construir una piscina, representando la escena y el ambiente
ideal para disfrutar de las opíparas comidas. Y no faltan en ellas, tampoco, mesas
kilométricas a las que van aumentando cada año de longitud, para abarcar a toda
la familia que crece y a amigos e invitados, de tal manera que nadie se quede
fuera de disfrutar tan agradable momento.
Preciosas costumbres que, de alguna manera compartimos y que
fomentan la amistad, la familiaridad, el conocimiento y el disfrute de momentos
únicos que no deberían jamás perderse.
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