Proverbio turco. Casa hecha, sepultura abierta
Indudablemente, el Ecuador ha sido dotado de maravillas naturales, algunos, como los parques naturales, que se los protege a nivel estatal.
Aún si, a lo largo y ancho de todo el país, se pueden
apreciar hermosas montañas, ríos, bosques, prados, nevados que, sin embargo,
están siendo arruinados por el mal entendido modernismo, del cual nadie hace
nada ni se preocupa por cuidarlos y por concienciar a la gente del tesoro que
nos ha sido legado.
He visitado algunos países de Europa y he visto paisajes
parecidos, pero ninguno con la fauna y lo flora tan colorida y vistosa que
posee la naturaleza ecuatoriana.
Las autoridades de cada provincia, por desconocimiento o
incapacidad, no promulgan normativas o proyectos de ley para presentarlos a la
Asamblea Nacional, las mismas que regulen los predios urbanos y rurales, de tal
manera que toda la provisión de los servicios básicos quede dentro del
perímetro urbano, mientras que el resto, se destine al agro con las actividades
propias del campo.
Recientemente, regresé de unas vacaciones por Ecuador y me
siento más que decepcionada, preocupada ya que, si bien veo un potenciamiento
de la economía, esta ha venido acompañada de una expansión urbana que invade
todos los espacios verdes, con construcciones de bloque y cemento armado por
doquier, incluso en las cimas de las montañas, cerca de los ríos y por todos
los lugares por donde pueda pasar un coche, con comercios con sus letreros
chillones y mercadería expuesta al borde las carreteras, con el peligro que eso
además conlleva.
Ya en su momento había escrito sobre esta problemática en
este artículo y, al
parecer, percibo que a nadie importa lo que se está ya convirtiendo en un
verdadero ecocidio, ya que la expansión urbana, a más de provocar una
contaminación visual por el poco gusto de las construcciones, provoca la
destrucción de la fauna propia del lugar, la generación de gran cantidad de
residuos urbanos, a la par que el justo reclamo por parte de los ciudadanos
exigiendo canalización, agua, luz, teléfono y seguridad que, considero, no habrá
alcalde o prefecto que pueda atender estos requerimientos, por más buena
voluntad que tenga, ya que las ciudades crecen por todos los puntos cardinales
que ni siquiera con la recaudación de más impuestos se podrían cubrir estos
servicios.
Es triste constatar que ciudades antaño coloniales, se han
convertido en ciudades impersonales, unas más de tantas que pululan por doquier,
que han perdido su particularidad y que podían haber sido fuente de ingresos
turísticos como lo son ahora Cuenca o Cotacachi, donde por suerte o coincidencia,
han conservado ese aire pueblerino que a tantos extranjeros atrae, a tal punto
de quedarse a vivir en ellos, contribuyendo a la economía de dichas ciudades.
Como decía, no solamente es preocupante el ecocidio, sino
también la pérdida de verdaderas joyas arquitectónicas que pudieron haberse
mantenido, al menos sus fachadas, ya que detrás de ellas, se pueden reformar
las viviendas con todas las comodidades del mundo moderno, incluso manteniendo
su distribución original.
La sola gastronomía y bailes populares no son suficientes
para atraer el turismo. Estas necesitan estar acompañadas de la arquitectura y
el buen gusto de las ciudades que los acogen y aquello, solamente es posible
mediante normativas que cuiden y protejan los bienes arquitectónicos y los
espacios naturales, con edificios públicos y privados que estén acorde al medio
ambiental que los rodea.
Espero que algún día, algún gobernante que entre de verdad a
trabajar por el país se preocupe de esta problemática, ya que al menos, en el
caso del alcalde de Quito, está haciendo una obra significativa, arborizando
las principales calles de la capital y soterrando los horribles cables llamados
popularmente “tallarines”, dotando a la capital de un mejor aire para respirar
y de un aspecto europeo que enorgullece a sus habitantes.
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