"El consentimiento no
significa ceder respecto a lo que quiere el otro, sino consentir el deseo de
uno mismo". San Agustín
No he querido reflexionar sobre el homenaje que se nos hace
a las mujeres en su día universal, ya que es un tema que ha sido bastante
trillado y porque consideré también, en algún momento, que todas las dificultades que venimos arrastrando desde tiempos inmemoriales se irían solucionando, como
bien se ha demostrado con la esclavitud, el maltrato a los animales, entre
otros temas.
Pero me veo obligada a hacerlo por cuanto, al parecer, estamos
sufriendo una involución que, particularmente, me alarma. Por lo mismo,
quisiera invitar a una reflexión del cómo, durante siglos, las mujeres hemos sido
discriminadas y de cómo el patriarcado ha contribuido a ello.
Para empezar, recordemos que frecuentemente se suele achacar
a la religión como la fuente de todos los males que recaen sobre nosotras,
empezando con la acusación a Eva de haber sido la que incitó al pecado a Adán y
por tal razón, llevamos la carga del sufrimiento como humanidad. Creencia
que, curiosamente, persiste hasta el día de hoy pese a que existen otras
religiones y pese a que la mayoría se considera abiertamente atea.
Pues bien, desde la prehistoria, el papel de la mujer y por el
hecho de ser madre, fue convenido para que se dedicase a las labores del
cuidado de los hijos y del entorno donde habitaban los miembros de la tribu,
aunque ello no evitará que, también, se encargase de las labores del campo y del
cuidado de los animales ya que el hombre, por su constitución física, debía
dedicarse a la búsqueda de alimentación mediante la caza y por lo mismo, se
ausentaba varias horas e incluso días.
Junto con ello y a lo largo de miles de años se fue
arraigando también el concepto de propiedad, por lo que la mujer pasó a ser
propiedad del hombre y hasta podría ser compartida con otros varios, para luego
hacerse cargo de los hijos de todos ellos. Es probable que, desde allí, fuera
subyugada y convertida en objeto de placer.
Con tanto trabajo, no sería raro, entonces, que a lo largo
de los siglos poco tiempo tuviera la mujer para dedicarse a otros menesteres y peor
aún, desde que se constituyeran las normas de convivencia social, sin que aquello
tampoco mejorara sus condiciones ya que siguió siendo relegada a las tareas
domésticas, si quería ser una buena mujer ante los ojos de la sociedad.
Por lo mismo, no deja de ser asombroso que en medio de este
proceso, emergiesen mujeres valientes que se fueron contra las normas cuando,
en las primeras civilizaciones y concretamente en la griega, en el año 300 A.C.,
apareciera una mujer médica, AGNODICE, considerada la primera ginecóloga mujer de
la humanidad y que fue sorprendida in fraganti, es decir, ejerciendo la
medicina y no las tareas del hogar, por lo que fue condenada a la muerte y que
gracias a la presión de sus pacientes, no fue ejecutada.
Otra mujer, fue más allá, atreviéndose en ser pensadora. La
matemática, filósofa y astrónoma HIPATIA quien, en el siglo V d.C., realizó
importantes aportaciones a la ciencia del mundo antiguo mediante la filosofía e
inventando el astrolabio, el hidroscopio y el hidrómetro para, finalmente, ser
asesinada por causas políticas. Fue una desconocida para la mayoría, hasta que
lo popularizó una película, Ágora, del director Alejandro Amenábar.
Desgraciadamente, el aporte de estas dos mujeres, no
significó ningún avance en los siguientes siglos puesto que, a finales del
medievo, el hecho de tener conocimientos o de ser sanadoras fue pretexto para
ser consideradas y llamadas brujas, y tomarlas como chivos expiatorios, achacándolas todas las desgracias que la naturaleza y el ser humano provocaban,
llevándolas a ser ejecutadas, ahorcadas y quemadas, por parte de la Inquisición.
No fue hasta unos siglos después y recién entrado el siglo
XX que una mujer, Marie Curie, pudo ser galardonada oficialmente con el Nobel como
la mejor en su rama y eso porque su marido puso como condición a su premio
otorgado, a que se le diera a ella también, ya que el mérito también fue suyo.
A partir de aquel entonces, pocas mujeres han obtenido la distinción en la
difícil rama de la Física y la Química.
Quizá, uno de los casos más llamativos en que no se le ha
dado el valor que se merece a una mujer como científica es el de actriz e inventora, Hedy Lamarr
quien, gracias a un invento que desarrolló durante la segunda guerra mundial,
podemos disfrutar de la señal de WIFI y ya bien avanzada de edad, fue finalmente
reconocida como la autora de este artilugio, aunque nunca pudo recibir los
beneficios económicos porque caducó el tiempo de vigencia para reclamarlos. Murió pobre,
pero al menos su nombre está siendo reconocido gracias a que últimamente se está
visibilizando a las mujeres que han aportado a la ciencia.
Menos mal que durante la ILUSTRACIÓN, las mujeres comenzamos
a mostrar más osadía para reclamar los preceptos de La libertad y la Igualdad para
todos, reclamando nuestra presencia en
círculos intelectuales, artísticos y políticos y, desencadenando por ello, la
exigencia quizás del derecho más importante que como ciudadanas merecíamos, es decir, el derecho al voto promovido, primeramente, por aquellas legendarias
sufragistas londinenses, que pagaron con la cárcel y hasta con su vida, la
exigencia de este derecho. En España, fue Clara Campoamor quien, desde las
tribunas oficializó este pedido y en Ecuador, Matilde Hidalgo Navarro ejerció
el voto por primera vez en ¡1924!
En el campo de las artes quizás es donde más se nos ha relegado
y discriminado. Pocas obras de mujeres se exponen en las paredes de los grandes
museos, eso que han sido muy talentosas y han realizado muchas obras pintando,
especialmente, a gente de la nobleza y a la naturaleza. Ángeles Caso en su
artículo “También las mujeres sabían pintar” hace una revisión con nombres y fechas de
varias mujeres que contribuyeron con su arte a la pintura o la escultura. Sus obras,
han sido abandonadas en los sótanos de los grandes museos debido a que
administradores, directores o críticos de arte, que siempre han sido hombres,
no los consideraban dignas de ser expuestas.
Era tanto el desprecio a las capacidades de las artistas, que
se comenta que la compañera de Rodin, Camile Claudel es la verdadera autora de
sus famosas esculturas y no parecería raro que, para frenar sus
reivindicaciones, haya sido diagnosticada como una enferma mental con delirios
de grandeza, para ser ingresada y morir sola en un manicomio.
En cuanto a la moda, fue Gabrielle Chanel la que nos liberó
de los apretados corsés físicos y mentales, a través de ropa holgada y en
muchos de los casos, con prendas masculinas. Pese a ello, la marca Chanel se ha
constituido en el símbolo de la elegancia de la mujer por excelencia.
En la literatura, muy famosa es la escritora Amandine Aurora
Dupin que tuvo que ponerse el nombre de un hombre, George Sand, para que sus
libros sean leídos y entrar en los círculos literarios franceses, al igual que
muchas otras mujeres que tuvieron que disfrazarse o ponerse nombres de hombres
para entrar a universidades o para ejercer determinados trabajos, como en los
años 60, 70 y 80 siendo policías, bomberas, mineras o albañiles.
Para el ejercicio de creadoras de la literatura tampoco lo
tuvimos fácil. Ya lo dijo Virginia Woolf en su libro UNA HABITACION PROPIA que,
para poder escribir una obra, una mujer necesitaría de una habitación para ella
sola, ya que en ella encontraría la tranquilidad y la soledad que dé rienda
suelta a su creatividad, cosa que no sucedía en su época entre el siglo XIX y
XX, tanto así, que según cuenta en el libro, Jane Austen, la famosa autora del libro
ORGULLO Y PREJUICIO, lo tuvo que escribir en el salón de su casa, en medio de
la vida familiar donde comían, descansaban, conversaban o correteaban. Me
imagino a la pobre Jane, intentando concentrarse para lograr una magistral obra
que ha trascendido el tiempo y la fama.
Ventajosamente, algunas han ganado importantes premios
literarios en esta rama, que lo han logrado por ser demasiado buenas puesto que,
son los hombres quienes mayormente lo consiguen, al ser los jurados mayormente
masculinos y porque, lógicamente, tienen una habitación propia, recursos, hasta
herencias para poder escribir sus obras.
Todo ello no ha impedido que la obra cumbre del feminismo y
escrita en los años 50, sea el SEGUNDO SEXO, de la filósofa, escritora y
feminista francesa, Simone de Beauvier quien, resume en dicha obra, la historia
de la mujer en la sociedad y que mantiene una conmovedora actualidad, ya que
persisten hasta el día de hoy las ataduras culturales y mentales que impiden el
verdadero avance en la situación de la mujer, dando razón a las cuestionadas
FEMINISTAS, que han tomado como forma de vida la lucha contra el patriarcado.
Duele decirlo y eso lo he comprobado personalmente que, si
algo nos diferencia de los hombres, es la gran unidad y lo mucho que se admiran entre ellos,
sobre todo, cuando de realzar sus logros se trata, manteniendo su supuesta
superioridad en los campos en los que se nos ha vetado.
Como decía, es tan evidente esa unidad y aquello lo vimos en
el reciente Mundial de Futbol 2022 que fue una millonaria fiesta mundial,
engalanada y trasmitida en todos los medios de comunicación, realzados y
adorados sus jugadores mientras que, casualmente, en otra fiesta futbolística,
esta vez de futbol femenino, fue bochornosa la entrega de premios a las
ganadoras ya que las jugadoras del BARÇA tuvieron que ser ellas mismas las que
se pusieran las medallas ante la falta de autoridades en el ramo.
Por esa falsa superioridad tenemos fama y hasta se nos tilda
de locas, chismosas, histéricas, infieles, etc. y los curas son los
que mejor lo saben y hasta lo dicen, ya que el confesionario ha sido para
millones de mujeres, el sillón del sicólogo durante siglos donde, al menos,
éramos escuchadas. Ahora, que se ha puesto tan de moda la concienciación sobre
las enfermedades mentales, podremos acceder más fácilmente a ayudas
profesionales de sicólogos o siquiatras para contar nuestros problemas de
pareja, de soledad o de baja autoestima sin sentir vergüenza por ello y sin
tener que hacerlo clandestinamente en las iglesias.
Y luego de haber sobrevivido heroicamente a la historia, en
determinado momento, nos llegamos a sentir relativamente seguras, sin caer en
cuenta que nada era más alejado de la realidad. El atentado sufrido por Malala por querer acceder a la educación, el asesinato de la chica iraní por llevar
mal puesto su velo, el desprecio de ciertas autoridades a la Reina Letizia o a
la presidenta del Parlamento Europeo, entre otros sucesos, hacen saltar todas
las alarmas, sobre todo en las manifiestas trabas que ponen a que las féminas accedan
a la educación.
En este punto me pregunto: ¿por qué temen tanto a una mujer
educada? ¿por qué tanto problema para que las mujeres llevemos a una vida
normal y disfrutemos de nuestros derechos? ¿somos peligrosas, acaso? ¿será que estamos involucionando
como sociedad? Porque está visto que ya no es solamente machismo, sino una
clara misoginia, un odio manifiesto que, muchas de las veces se traduce en
asesinatos, en femicidios.
Afortunadamente, existen pequeños pero poderosos avances en
forma de leyes que permiten subsanar estos problemas, como la baja paternal,
por ejemplo, que permite a los padres de los recién nacidos días para el cuidado de los mismos y, de esta manera, aliviar el peso de la carga a la mujer; o cuando, en el gobierno de Pedro Sánchez que se ha aprobado la “Ley de
paridad”, la misma que permitirá que por ley, exista una cuota de mujeres igual
en los ámbitos privados y públicos. También, en el 2014 se aprobó la ley
contra el femicidio en Ecuador; o, simplemente, cuando existen hombres como
padres, esposos, hijos o hermanos que toman conciencia de esta problemática y
contribuyen al desarrollo de la mujer, encargándose del cuidado de los hijos,
del hogar, permitiendo y apoyando para que seamos profesionales o podamos
ejercer cargos de responsabilidad, sin sentir remordimientos ni ser criticadas.
No queda más que esperar y luchar para que se sigan dando esos
pequeños pasos, lentamente, pero seguros hasta conseguir la verdadera igualdad
y libertad.
* Dedicado a mi padre, Raúl, en el décimo cuarto aniversario de su fallecimiento, un hombre que creía firmemente que una mujer, solamente siendo profesional, podía ser independiente y se podría defender por la vida con tranquilidad.