"La belleza es la única virtud que se puede ver". Sócrates
Hoy quiero compartir una reflexión.
Acabo de cumplir años y como bien saben quiénes me
conocen, no me gusta festejarlos, ya que venimos cumpliendo años desde el día
que fuimos concebidos y que tal fecha, más bien, es el pretexto que compromete
a ciertas personas a dar un paso que quizás no lo quieren dar. Aun así, las
personas que me quieren y me aprecian de verdad se han tomado el tiempo de
expresarme sus buenos deseos mediante llamadas, mensajes y a través de las RRSS
y por ello, les trasmito mi gratitud eterna.
Pero también quiero aprovechar esta fecha, para
compartir mi reflexión acerca de lo que ha sido para mí cumplir estos 58 años,
tal y como yo lo siento.
Pues bien, cuando cumplí los 30 años sentía que
comenzaba la mejor década de mi vida, al igual que a los 40 y también a los 50…
y con esa premisa, los viví. Sin embargo, este último año, ha sido diferente.
Sentí que algo empezaba a cambiar en mí físicamente, apareciendo quizás los
temidos “achaques” que, no son sino, malestares físicos, sensoriales y
cognitivos, mismos que se consideran normales para esta edad, pero que me han
pillado un poco desprevenida, por lo que me siento un poco desconcertada.
Por esta misma razón, mi actitud hacia la gente
también se ha visto afectada ya que el mensaje que quiero trasmitir parece ser
percibido de otra manera. Pongo un ejemplo para que se me entienda. En el
ámbito profesional, una sonrisa o un trato amable hacia un joven, ahora es
percibido de otra manera por lo que, muy a mi pesar, me he visto obligada a
tomar otra actitud que supongo es la que debo en función de mi edad. En otras
palabras, me tengo que poner SERIA a la vez que comienzo a entender ciertas
cosas que determinarán mi futuro y del cual, tendré que establecer mis
prioridades, es decir, optar por convertirme en una adulta mayor cohibida y de
duro semblante, o si me importará más lo que yo desee hacer, pero sin caer en
el ridículo, ya que se ven casos y casos de gente que se niega a dejar de ser
joven y que más bien provocan lástima.
Ahora entiendo aquella frase que decía que uno no
cambia por dentro pero nuestro cuerpo va envejeciendo por fuera y con ello,
dejamos de hacer cosas que nos encantaría hacer o que lo hacíamos de más jóvenes
como bailar como locos que, en esa edad era normal, mientras que, de viejos, se
ve fuera de lugar, como que te dijeran “te crees que aún eres joven” o como que
“ya no estás en edad para esas cosas” y en consecuencia, te reprimes.
Sin duda, es para replantearse todo.
Por otro lado, si bien antes trabajaba para sentirme
realizada profesionalmente u obtener ciertos beneficios económicos, ahora ya
no. Más bien, me siento en una etapa de transición, del cual debo prepararme
para dar el siguiente paso, hacia la verdadera madurez y por ello, voy pensando
en mi jubilación y en la calidad de vida que deseo llevar durante la vejez, si
es que Dios me permite que llegue a esa edad, eso sí, con los cambios en mi
cuerpo que se están empezando a notar y que, por supuesto, se irán agudizando.
Menos mal que, dentro de la parte positiva, estoy
disfrutando de los frutos de la experiencia ganada en una vida que, considero,
ha sido intensa por lo que me permite tomarme ciertos privilegios como ser más
selectiva con las personas a las que debo brindar mi amistad, así como también,
ser intolerante con aquellos que no me aportan nada bueno ya que, aunque
parezca incoherente, pese al paso de los años, tampoco se deja de aprender y
para ello, necesito de gente que aporte a mi vida cosas buenas y positivas.
Y lo que es más importante, que me inspiren.
Así mismo, parafraseando a Ángeles Caso o a algún mensaje
que leí por alguna red social, en esta edad empiezan a importarme más las cosas
sencillas y menos, lo que piensen los demás de mí. Se acabó lo sofisticado, el
deseo loco de conocer, de no perder el tiempo, de dirigirme obcecadamente hacia
una meta… y ahora, aprecio más los momentos de sosiego, de compartir los
momentos de silencio con Félix, de salir y buscar cosas que me sorprendan, sin
nada planificarlo; de detenerme a recordar analizando los acontecimientos del
pasado con tranquilidad y objetividad, de disfrutar de mi trabajo, en fin… de
tomarme las cosas con más calma y vivir el día a día con intensidad.
Porque, como dice Isabel Allende, “uno viene al mundo
a perderlo todo y por ello, hay que vivir el presente”.
Pues eso.
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