miércoles, 22 de mayo de 2024

EL CLIMA DE ECUADOR

 


“El que ha perdido la fe, ya no tiene más que perder” . Publio Ciro

Cuando fui de vacaciones a Ecuador a principios del 2000, con los pretextos normales de una persona que lleva residiendo fuera de su país por algunos años, lo primero que me impactó fue reconocer que su peculiar clima formaba parte de mis añoranzas.

Había invitado a mi familia a un día de asueto en la recién rehabilitada Ciudad Mitad del mundo donde, la prefectura con la intención de promocionar el turismo, había construido un complejo de restaurantes, una zona de presentación de artistas y tiendas de venta de suvenires por lo que, luego de servirnos una deliciosa comida que incluía fritada, higos con queso, jugos de fruta entre otros manjares y rodeados de las verdes montañas de la serranía, decidí mientras los niños jugaban en los juegos infantiles, sentarme frente a la tarima en una zona que protegía del sol y que, contrariamente, refrescaba con el penetrante frío andino, lo que me obligó a protegerme con un jersey de lana ligera. Evidentemente, ya estaba en Ecuador.

Entonces, me llamó mucho la atención un chico alto de unos 30 a 35 años -él solo como público- que cantaba y bailaba a la par que el artista que se presentaba, no recuerdo si era Jinsop o un imitador, canciones que sólo en Ecuador se pueden escuchar en vivo. Esas que permanecen con rara actualidad de generación en generación y que, por lo mismo, suelen salir imitadores como la Ana Gabriel o el Sandro de Ecuador de turno y que tienen mucho éxito entre el público nostálgico. Puro sentimiento.

Por otro lado, entre mis conocidos, persistía la idea de los políticos como personas encantadoras, abuelitos entrañables, alcaldes guapos o presidentes dicharacheros que siempre andaban haciendo cosas buenas y que, el rato menos pensado, por algún soplo que no se sabía de dónde provenía, se convertían de repente en seres indeseables a las que había que echar por dignidad, por lo que la ciudadanía quiteña salía a protestar, provocando que éstos huyeron del país ya sea en helicóptero o con nocturnidad y anonimidad por algún poro de las fronteras que rodean al país.

La inseguridad era la de siempre, es decir, tomando las precauciones del caso si no queríamos llevarnos algún disgusto. Por ejemplo, no ir a lugares peligrosos o salir solos en las noches si no se iba acompañado, mejor tomar taxis de personas conocidas, proteger con los brazos los bolsos cuando salías a comprar por la Ipiales o, si alguien había sido víctima de un hurto o un timo, contar a los amigos y familiares entre sustos y risas, los detalles del incidente. Parte del diario vivir, sin duda.

Ahora, según leo en las redes sociales, desconozco el país que cuentan y me pregunto: ¿en qué momento se perdió el Ecuador?

Sin contar la pérdida de la inocencia por causa del odio exacerbado que se ha levantado en el país en los últimos años, la gente comenta que tiene que salir a cualquier lado con el miedo a cuestas, por los altos índices de criminalidad. Los momentos de ocio se llevan con extremada precaución redoblando aún más los cuidados. Eso, sin contar con los problemas económicos, así como también los mentales como la depresión, provocadas mayormente por la inseguridad mencionada anteriormente, la falta de perspectivas de futuro y la percepción de caos reinante.

Sin embargo, en medio de todo esto, debo reconocer que admiro a esos pocos valientes que se atreven a cuestionar, a desvelar la tela que cubre los ojos de los que se niegan a ver y que diariamente luchan por un mejor país. Gente que se informa, que lee, que se prepara para poder ver más allá de lo que parece.

Esa gente es la que me recuerda lo bueno del país, la que forma parte de la esencia del verdadero Ecuador y que me dice que aún hay esperanza.

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