lunes, 29 de febrero de 2016

UN RUISEÑOR QUE PERVIVIRÁ POR SIEMPRE



Oprimidos los hombres, es una tragedia. Oprimidas las mujeres, es tradición. Letty Cottin


Como se sabe, hace pocos días desapareció la escritora Harper Lee, autora de uno de los mayores best-sellers de todos los tiempos, “Matar un ruiseñor” y no he podido evitar recordar la adaptación cinematográfica de dicho libro, cuyo protagonista fue el gran actor Gregory Peck,  quién ganó un merecido Oscar por su interpretación.

Sería redundar en lo que todos sabemos que la película es hermosa, pero lo que sí creo es que se debería recalcar en que la misma, se ha convertido a lo largo de los años en un símbolo de la ética profesional y de la tolerancia, que por tal razón, el personaje de Atticus Finch, fue considerado el más entrañable y ejemplar del cine norteamericano, de acuerdo a una encuesta realizada hace algunos años.

Como siempre lo he manifestado, nada mejor que obras cinematográficas para entender los problemas de la sociedad, y que pese a que esta película se estrenó en el año 1962, no deja de ser actual, por cuanto aún convivimos con prejuicios que ya debían haber sido superados y que por ello, no deja de ser inspiradora para las nuevas generaciones.

Atticus Finch es el padre, el tío, el vecino o el conocido que todos hemos tenido en algún momento de nuestra vida, quien pese a no gozar de una buena situación económica, no ha dudado a no renunciar sus valores, sobre todo cuando se trata de dar ejemplo a sus hijos y de ejercer con ética su profesión, aunque ello quizá le signifique perder su prestigio, quedarse sin amigos o el no poder llevar el pan a su casa.

Su ejemplo es tan actual en nuestro diario vivir, puesto que su argumento no deja de cuestionarnos, cuando muchas de las veces nos hemos encontrado frente a tremendos dilemas como el mismo racismo, o cuando ante nuestros valores religiosos o familiares en los que debemos ser coherentes con lo que se nos ha enseñado, pensamos que nos sería más fácil  hacer lo que hace la mayoría, es decir seguir en una posición pasiva e indiferente o simplemente callarnos.

Su apasionada defensa jurídica a favor de un individuo de raza negra, acusado injustamente de haber violado a una mujer blanca, papel protagonizado por Tom Robinson, me parece una de las más grandes de la historia del cine, junto a la de personajes interpretados por Matt Damon en “Legítima defensa” o el de Spencer Tracy en “Vencidos y vencedores”, - de los primeros que se me vienen a la mente- quienes reflexionan ante los espectadores temas como los derechos civiles conseguidos a base de grandes sacrificios o la responsabilidad de la sociedad y de sus consecuencias frente a las grandes injusticias.

Como decía anteriormente, pese a estar también ambientada en los años 40 del siglo pasado, la trama de la película no deja de ser actual y que en el caso concreto de Ecuador por ejemplo, me da la impresión que la justicia aún está en pañales, ya que ésta no debería ser pasiva sino activa y en constante transformación, al ser la mayoría de las leyes inspiradas en sociedades tal vez más desarrolladas pero ajenas a nuestras realidades, de allí la responsabilidad de los abogados y de los jueces de crear con sus sentencias una jurisprudencia adaptada a las circunstancias locales y que las mismas deberían ser socializadas sea por parte del Gobierno o por parte de los medios de comunicación, para que la sociedad y particularmente los jóvenes, debatan como ciudadanos no solamente del origen o de los problemas que habrían desencadenado los delitos sino también de sus posibles soluciones para de esta manera evitar lo que sucede hoy por hoy, una sociedad indiferente e insolidaria o cierta juventud que no distingue lo que es delito o lo que no, persistiendo por ello prejuicios raciales, de género, del irrespeto al que piensa diferente, del maltrato  a los animales, etc. etc.

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