Seguramente, muchos recordarán el famoso episodio del “por
qué no te callas”, protagonizados por el rey Juan Carlos de España y el desaparecido
presidente de Venezuela de aquel entonces Hugo Chávez, que se originó cuando éste último, reprochaba en los peores epítetos al ex presidente español José
María Aznar ante lo cual, el presidente en funciones de España de ese entonces,
el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, le solicitaba muy comedidamente a
Chávez que las descalificaciones personales quedasen fuera de la reunión y que
se respete la figura de Aznar al ser éste, un ex presidente de gobierno y por
lo mismo, merecedor de respeto. Chávez siguió como que el asunto no era con él
hasta que el rey le soltó la frase que quedó grabada para la historia y dejando
a Chávez como el maleducado de aquel encuentro internacional.
Este episodio me viene a la mente ya que ejemplifica de
manera gráfica, al menos en la mayoría, la forma de entender el ser político en
España, ejerciéndolo con responsabilidad y compromiso para con el buen nombre
del país de tal manera que, pese a que Zapatero y Aznar en aquella época
tenían diferencias irreconciliables en cuanto a lo político, el respeto a la
dignidad que éste último representó, estaba por
encima de cualquier discrepancia política que pudieran tener estos personajes.
Me cuestiona en cambio, cuando veo la forma de actuar de
algunos políticos ecuatorianos que, no solamente se han destacado por sus
sorprendentes “camisetazos” sino también, por su falta de consideración y
respeto a la figura de ex presidente cuando por ejemplo, funcionarios que han
trabajado con él en el anterior gobierno le tratan despectivamente de “tú a tú” o cuando, hacen alarde de prepotencia cuando están en países donde hay un elevado número de
compatriotas sin entender que los cargos que poseen, son dignidades otorgadas
por el pueblo ecuatoriano para que hagan buen uso de él y para dejar en buen
predicamento el nombre del país en cualquier circunstancia y lugar.
Se ha puesto de moda, además, para justificar su proceder que, menos mal se está empezando a cuestionar, la posesión de
algunos títulos y PHDs como si fuera suficiente aval para ocupar dichos cargos
cuando, al mismo tiempo, no manifiestan valores que no dan las universidades ni
los títulos como son el respeto, la humildad, la transparencia y lo que es más
importante, el ser buenas personas.
Sería deseable entonces que, pese a que parece a nadie
le importa recoger las aspiraciones o sugerencias que los ciudadanos de a pie, para ejercer un cargo importante al menos, se exija no solamente que
sepa hacerlo bien, sino que se le someta a una valoración emocional y psicológica, ya que el espectáculo que se ve actualmente, son personas
desencajadas emocionalmente y embrutecidas por un poder que muchas de las
veces, les ha caído del cielo.
No me extrañaría que lo que acabo de mencionar, haya influido
en los sorprendentes resultados de los últimos comicios, como el caso del nuevo
alcalde de Quito, a quien, por lo que he llegado a saber, pese a ser un
profesional en su rama, ha primado su simpatía y su aparente humildad para
ganarlo.
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