jueves, 22 de octubre de 2020

LIBRERÍA LAGUN, símbolo de la resistencia a la intolerancia

 

                                            Foto. Diario EL PAÍS

“La verdadera censura, era nuestra propia ignorancia”. Svetlana Aleksiévich

Existe una librería que se ha convertido a nivel local y mundial, en todo un símbolo de resistencia contra la intolerancia y la violencia, al haber sufrido en carne propia los embates del franquismo, la ultraderecha y de la banda terrorista ETA. Se trata de la librería LAGUN (Compañero en euskera), la misma que se encuentra ubicada en San Sebastián, en el país Vasco.

La librería tiene a su haber más de 50 años de actividad y los testimonios por parte de sus dueños y de sus clientes, dan cuenta que durante la guerra de ETA -quizás su época más difícil- fueron constantemente asediados mediante insultos, pintarrajeadas y bombas por no sumarse, inicialmente, a una huelga convocada por dicha banda pese a que, durante el franquismo los apoyaron en otra huelga para pedir la liberación de sus presos, los mismos que iban a ser ejecutados por parte la dictadura. El mismo dueño fundador, José Ramón Recalde sufrió un atentado directo, siendo gravemente herido en su cara al fallar el disparo del etarra que lo hubiese matado ipso facto.

Ya, anteriormente y en 1996, la librería había sufrido un incendio por lo que se plantearon seriamente cerrarla, pero el apoyo incondicional de sus lectores, incluso, comprando los libros quemados, hizo que siguieran ofreciendo cultura y libros con diversidad de pensamiento hasta que, en 1997, sufrieron otro ataque que hizo que se tuvieran que mudarse a otro sitio donde recibirían, además, la protección de la Ertzaina.

Ahora cuentan que luego que ETA abandonara oficialmente las armas, sus nuevos enemigos son las tecnologías digitales que han hecho que bajen sus ventas, pero que aun así se mantienen gracias a la fidelidad de sus lectores durante muchos años.

Sin duda, sus dueños y la librería son todo un referente de lucha a favor de la libertad de expresión ya que, incluso, pusieron sus vidas en riesgo para defenderla lo que me llevó inevitablemente a comparar con un incidente ocurrido recientemente con otra librería, pero esta vez en Ecuador donde, a raíz de un debate acalorado de los que se dan usualmente en las redes sociales como Facebook y Twitter, ha provocado una reacción desmesurada con comentarios e incluso, hasta con editoriales en medios que se consideran serios, al confundir opiniones que cuestionaban de igual a igual, a los autores de dos libros con visiones antagónicas sobre los sucedido en Octubre de 2019, cuando se produjeron unas violentas manifestaciones contra las políticas económicas del gobierno con resultado de muertos, mutilaciones físicas de ojos, destrucciones arquitectónicas y grandes pérdidas económicas, con “La noche de los cristales rotos”, con la quema de libros durante la época de Calvino o, con el degollamiento del profesor francés por parte de un fanático del fundamentalismo islámico.

Decir que no se debe leer el libro de una actual funcionaria de gobierno que durante dichas manifestaciones fungía como tal o el del líder de las manifestaciones, no significa una persecución a la libertad de expresión ni al trabajo.

Por lo mismo, considero que han sucedido dos cosas: una, que los opinadores y foristas no conocen la historia porque, es de todos sabido que la Noche de los Cristales Rotos desencadenó una serie de actos vandálicos contra negocios y personas judías, a causa de leyes dictadas por el nazismo para despojarlos de sus derechos y que, la misma, fue la mecha que encendió el Holocausto con resultado de millones de muertes; así mismo, que el degollamiento del profesor francés se desencadenó por la exposición de unas caricaturas del profeta Mahoma que, en el 2015 provocó también el asesinato de periodistas de la revista Charlie Hebbo y razón por la cual, ahora mismo están en un juicio penal por dichos acontecimientos. O, dos, que como dice un forista amigo de la misma dueña de la librería, se trata de una exitosa campaña de márquetin destinada a estimular las ventas de esos libros que, en condiciones normales, a lo mejor no despertaba mayor interés.

Sea por la razón que fuera, la gran perdedora sería la cultura ecuatoriana ya que, al parecer, es lo que menos cuenta en este confuso y estrafalario incidente.

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