Foto: Fabio Mcnamara con Pedro Almodóvar
"Mi
vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca
sucedieron" Michel de Montaigne
De vez en cuando, surgen por la prensa noticias que nos motivan
y nos animan a seguir creyendo en la existencia de un ser supremo que rige nuestras
vidas.
Por lo mismo, a veces suelo preguntarme: ¿para qué sirve la
religión si no es para hacernos mejores personas, si no es para curar a aquellos
que lo necesitan? El catolicismo debería ser una convicción o una reafirmación
personal; una escala de valores o un estilo de vida que guíe nuestras acciones
diarias. Lo contrario, es solamente lo que suele verse con frecuencia: una
especie de amuleto de la buena suerte, que supuestamente hace milagros
económicos o ayuda a conseguir novio/a o algún un trabajo. Y poco más.
Y es por esa falta de convicción, que la gente común
encuentra un buen pretexto para alejarse de la iglesia y de Dios, aduciendo las
incoherencias o pecados de quienes estamos llamados a dar testimonio de fe.
Aunque no debería ser así ya que, si todos pertenecemos a la iglesia mediante
el bautismo y la confirmación, debería ser responsabilidad de todos, el hacer
buen uso de ella y de sus enunciados, siendo testimonios vivos de aquello que
creemos.
Menos mal que, como decía al principio, hay historias que
demuestran el verdadero sentido de nuestra fe y esta, es una de ellas.
Para empezar, debo comentar que yo no conocía de la
existencia del actor, compositor y pintor, Fabio (o Fanny) McNamara -nombre artístico,
ya que su verdadero nombre es Fabio de Miguel- a no ser porque aparecía en
alguna película de Almodóvar o alguna canción de los años 80’, cuyos videos nos
llegaban a Ecuador o los veíamos en el cine.
Luego y ya aquí, en España, solían pasarle en otros vídeos y
hubo un día, que escuché unos comentarios de sus ex compañeros de la época de
“La Movida”, que ironizaban sobre su nueva situación, diciendo que le habían
“lavado el cerebro” y que andaba por las iglesias de Madrid.
Sentí curiosidad y, en efecto, Fabio experimentaba una
nueva vida ya que se había convertido al catolicismo, una conversión que había
impactado a media España y que, hasta el día de hoy no deja de sorprender, ya
que todos le conocían al haber sido un reconocido ícono gay de la época y, sus
actuaciones y canciones, versaban temas sobre sus preferencias sexuales o sobre
el demonio, particularmente, con títulos reveladores como: “Voy a ser mamá”, “Maricloneando”,
“Drácula”, entre otras, aunque, según lo ha ido contando posteriormente a su
conversión, algo no marchaba bien dentro de él,
Comenta que fueron su madre y su hermana
-profundamente católicas- quienes nunca dejaron de orar por él y que acudían
diariamente a misa y a rezar el rosario, a pedir para que deje esa vida
desordenada de sexo, alcohol y drogas en que vivía. Él mismo confiesa que
muchas veces, compraba la droga frente al Oratorio de Caballero de Gracias en
la Gran Vía de Madrid, donde luego entraba y se arrodillaba a pedirle a Dios
que le saque de ese infierno donde se hallaba inmerso, como un callejón sin
salida y que le iba deteriorando cada vez más, a tal punto de haberse librado de
una muerte segura algunas veces, como a muchos de sus amigos les sucedió, en
unos años donde, pese a ser la “Movida” un movimiento famoso contracultural, la droga causó muchos estragos entre la
juventud española.
Felizmente, las oraciones surtieron efecto y Fabio
reaccionó, volviendo sus ojos a Dios, alejándose de ese mundo que lo destruía y
desde donde vive una vida llena de paz personal y de creatividad, ya que
sigue ejerciendo de pintor de cuadros, como siempre le ha gustado. Actualmente
tiene 65 años y sobrelleva enfermedades graves crónicas incurables como son la
Hepatitis C, fibrosis y el Virus del VIH que, considera, son producto de los vicios que le consumían y que, pese a ello, considera que estar vivo es un milagro, ya que con tratamientos -previa a la comunión diaria en la iglesia- puede sobrellevar dichas
enfermedades.
Como conclusión, ya me gustaría a mí que, con base a este
bonito testimonio y del cual nunca será merecedora de una serie de NETFLIX o de una película, existieran más madres como Santa Mónica -madre de San Agustín- o como la de Fabio para que, con sus oraciones, ejemplos y perseverancia, ayuden a los “lavados de cerebro” de sus hijos para y de esta manera, sanen tanto física como espiritualmente, como le sucedió, ahora sí, al gran Fabio Mcnamara.
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