La maldad es consecuencia de los arrepentimientos.
ARISTOTELES
Vivo convencida que si alguien es un personaje público o es
alguien que, de alguna manera crea corrientes de opinión, debería al menos prepararse
de antemano para decir o escribir algo, sobre todo ahora que están en auge las
redes sociales ya que sus palabras, no solamente servirán para trasmitir el
mensaje que quiere enviar sino también, para que la gente los tome como
referentes para expresarse dentro de sus círculos sociales con todo lo que
ello implica, es decir, ortografía, gramática, sintaxis, sustentación, etc.
Y dentro de éstos, algunos lamentablemente, recurren al
insulto o al agravio, como forma tal vez, de desfogar sentimientos reprimidos, para
llamar la atención y decir “¡Hey, que sigo aquí!” o simplemente, para salir al
paso ante su incapacidad de argumentar algún tema.
Menos mal que existen otros, que hacen buen uso del insulto
sea para llevar a la reflexión o para distender el ambiente, pero son raras excepciones
y debe ser porque se requiere cierta inteligencia y capacidad dialéctica para
hacerlo. Muchos ejemplos a lo largo de la historia han hecho de él, un arte y
han construido frases geniales que no han sido más que insultos disimulados, diría
yo, como la inolvidable controversia entre Winston Churchill y la primera
diputada mujer del parlamento británico, Lady Astor, quien le espetó en medio
de la sesión diciéndole “Si usted, Señoría, fuera mi marido, le pondría café
envenenado para que se lo beba” a lo que Churchill le respondió “Y si yo, fuera
su marido, me lo bebía”, provocando la carcajada de los demás diputados y haciendo
de esta frase, inolvidable para la historia.
Es diferente el caso en Ecuador ya que, si se quiere
insultar, se recurre directamente a palabras mal sonantes lo cual, se vuelve
desagradable y lesivo para el que lo escucha, lo contrario que en España y será
porque dichas palabras se han enquistado en el lenguaje popular, de tal manera
que casi ya no suenan como tal, sino que, al contrario, sirven hasta para
expresar determinados sentimientos o situaciones. La palabra “coño” por
ejemplo, que es como se le conoce al órgano sexual femenino y, me perdonan que
lo diga con toda la crudeza, es un insulto y sirve también, para expresar
estados de ánimo o situaciones. “Eres un coñazo”, significa que alguien es pesado o, también como una expresión de sorpresa, “¡coño!, qué fuerte”. “Estar
encoñado” en cambio, significa estar muy enamorado y no tiene nada que ver con
el órgano sexual sino más bien, lleva un connotación anímica positiva.
Será por esto último entonces que, para insultar, se
recurre a frases ingeniosas que intentan tal vez, emular enemistades legendarias
como la de dos de los famosos escritores del Siglo de Oro de las letras,
Francisco de Quevedo y Luis de Góndora, quienes hicieron uso de su
extraordinaria dialéctica para mostrar sus diferencias y manteniendo por tal
razón, en vilo a toda sociedad de aquel entonces hasta nuestros días.Ya en el siglo actual, quizás, el más famoso por sus “zascas”,
tan útiles en los tiempos del Twitter, es el afamado escritor, periodista y reportero
de guerra Arturo Pérez-Reverte quien, con sus acostumbrados exabruptos no ha
dejado indiferente a nadie y ha obligado en más de una ocasión, a mirarnos en el
ombligo como aquella memorable frase que dijo “Si una ardilla saltara de cabeza en
cabeza de cada gilipollas de norte a sur de España, no tocaría suelo”.
Otrora en Ecuador, también se hacía gala de genialidad en
el debate como el caso del cinco veces presidente José María Velasco Ibarra quien,
para irritar a sus contendientes y de paso, ganarles la moral, les decía: “Dadme
un balcón y ganaré la presidencia”. Pero algo se torció desde el regreso a la
democracia en el 1979 haciendo que la vulgaridad, las frases sin sentido y escatológicas
alcanzaran su máximo apogeo y al parecer, pegándose en la sociedad haciendo que
el ingenio y la creatividad se pierdan y al contrario, en vez de debate, se escuche
cualquier cosa, menos chistes o argumentos.
Esperemos entonces, como dije al principio, que los
personajes públicos asuman la responsabilidad frente a la sociedad y contribuyan,
no solamente al debate, que es lo más importante quizás, sino también a enriquecer
el idioma, así sea mediante el insulto. Bien empleado, por supuesto.
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