Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que
nos ponemos en pie. Emily Dickinson
El pasado 8 de marzo “Día internacional
de la mujer”, entre tantas flores y poemas, me llegó la interesante historia de
una arquitecta desconocida, pero no menos grandiosa, la francesa Charlotte
Perriant. Y a los pocos días de ello coincidentemente falleció la gran ZahaHadid, primera mujer el ganar el premio Prizker de arquitectura, lo que fue pretexto
para que los entendidos volvieran a debatir ante la opinión pública, el ya tan mentado
tema de la discriminación de la mujer para valorar su talento en cuanta
profesión se desempeñe.
Y es que es tal la
discriminación en el ámbito de la arquitectura particularmente, que aparte del
premio Prizker entregado a Hadid y a la japonesa Kazuyo Sejima, no se les ha sido reconocido a otras
mujeres que se encontraron como arquitectas o mecenas detrás de también grandes
arquitectos, contribuyendo con su talento y con dinero al engrandecimiento de
esta bella profesión.
Charlotte Perriand (París
1903-1999) por ejemplo, colaboró discretamente con los arquitectos Pierre Jeanneret
y Charles Edouard Jeanneret- Gris, más conocido como Le Corbusier, quien éste
último, luego de visitar la exposición “Bar bajo el techo” en el Salón de Otoño
en 1927, descubrió a la arquitecta y la invitó a sumarse a su equipo de
trabajo, lugar desde donde pudo dar rienda suelta a su creatividad, primero como
arquitecta y luego como diseñadora de muebles para decorar los espacios creados
por el arquitecto suizo.
Dichos muebles se
caracterizaron por ser altamente funcionales y bellos, con marcada influencia
oriental, producto de sus vivencias en el Japón donde colaboró como asesora
artística del gobierno entre 1940 y 1942 y luego como exiliada en Vietnam.
Lejos de disfrutar
tranquilamente de las satisfacciones que le proporcionaba su trabajo, su
arquitectura también dejó entrever su inclinación política y social, por cuanto
tuvo particular interés por las condiciones de vida de los parisinos durante
las épocas de crisis por causa de las guerras, para lo cual trabajó junto con
otros intelectuales en el diseño de viviendas sociales, donde se destacaban el
bajo presupuesto económico y los pocos metros habitables que sin embargo resultaban
ser funcionales a través de paredes modulares y desplazables siendo al mismo tiempo, desmontables y transportables.
Su labor como arquitecta
de interiores le supuso el reconocimiento como colaboradora de Le Corbusier recién
en el año 1935, pero no fue hasta luego de su muerte en el año 1999 que mediante
una exposición monográfica de su obra en el Centro Pompidou de París, se le
está dando el lugar que se merece en la historia.
Ojalá este sea el destino
para otras arquitectas que han aportado mucho como es el caso de Wendy Cheesman
más conocida como Wendy Foster, primera esposa de Norman Foster, quien fue una
de las fundadoras junto a su marido del primer estudio de arquitectura de la
pareja en Londres, desde donde diseñaron los primeros edificios que sin duda
aportaron a la creación de la leyenda viva que es hoy Norman Foster.
O para
Aina Marsia quien también fue arquitecta y colaboró de otro genio como lo fue su
marido Alvar Aalto. O también mecenas como Truss Schroder-Schrader quien supo
ver el talento creativo de Gerrit Rietveld para lo cual le ayudó económicamente para su desarrollo profesional y
le encargó particularmente la construcción de su famosa casa considerada al día
de hoy, Patrimonio de la humanidad.
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